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No me llames panchito – Breve reflexión a favor de la convivencia

Como español, he sentido en los últimos años, cierta vergüenza ajena ante cientos de escándalos políticos, institucionales y económicos que han aflorado ante nuestra estupefacción. Bien es cierto que cada vez que creo que mi estupor no puede ser superado, siempre ocurre algo en este país que lo supera para mi sorpresa.

Sin embargo, todos los escándalos mencionados, todas las conocidas miserias y corruptelas que como ciudadanos hemos tenido que atestiguar, se quedan en nada si lo comparo con la vergüenza y el desprecio que me produce escuchar las palabras “panchito” y “guachupín” para referirse de forma despectiva a nuestros conciudadanos latinoamericanos.

Es cierto que no existe un problema de xenofobia excesivo en España si lo comparamos con los presumibles civilizados países del norte de Europa, verbigracia de sus últimos resultados electorales en las últimas elecciones europeas. No obstante, me preocupa ver la asimilación y la legitimidad que se otorga a ciertas expresiones como las mencionadas para descalificar a un colectivo que lucha por desarrollarse en un país como el nuestro con muchas dificultades sobrevenidas.

La ligereza de usar el término “panchito” con ánimo despectivo la he observado sobre todo en personas con alta formación y de alto nivel económico; y siendo fiel a la verdad, sin un ánimo especialmente hiriente y ni mucho menos xenófobo. Sin embargo, si vamos asimilando esas licencias deshonrosas podemos contribuir a que la convivencia sea cada vez más controvertida y desagradable.

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En una capa de la sociedad menos formada, he observado en una medida muy reducida, el clásico desprecio al inmigrante que le roba el trabajo. Sin embargo, es muy reducido y ese discurso no ha calado afortunadamente como ha ocurrido en otros  países europeos, pero no por ello debemos bajar la guardia.  Es probable que haya en nuestra idiosincrasia un gusto hacia lo diverso y diferente con un impulso de nuestro carácter empático. Los inmigrantes han conquistado los empleos menos cualificados y más precarios que ofrece nuestro maltrecho mercado laboral. Durante muchos años accedieron a dichos empleos sin la competencia del nacido en España, ya que eran empleos que muchas veces los españoles rechazaban ostensiblemente.

Puedo afirmar con agrado que en entornos profesionales de baja cualificación y con altos índices de ocupación por inmigrantes y que ahora van incorporando españoles nacidos en España, existe un clima de respeto mutuo y no se observan prácticamente discordancias por motivos de procedencia. Se ha optado por generar un buen clima y se suele conseguir. Es natural ver que personas de otros países alcanzan algunos puestos de responsabilidad ganados a pulso. Es probable, que ahora, a pesar de todo seamos una sociedad mejor que hace treinta años y en parte, se lo debemos a la población inmigrante,

Por lo tanto, y para concluir, simplemente me gustaría recomendar que no bajemos la guardia ante los pequeños actos incipientes de xenofobia para no romper una convivencia razonablemente buena. Tal vez, la población mejor formada debería reflexionar sobre la dirección que está adquiriendo determinadas formas de opinar y pensar y cómo no, dejar pie a una reflexión más profunda de por qué unas personas abandonan su país y vienen aquí para desempeñar empleos denostados por todos nosotros.

Tal vez los cientos de miles de español@s que han salido ya forzosamente de España desde el año 2011 puedan reforzar nuestro compromiso hacia una convivencia más respetuosa.

No bajemos la guardia hacia las tendencias que se han consolidado en algunos países europeos.

Nadie se une a los demás para ser desgraciado.

 

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